Manuel de Falla. Apuntes para la intervención inicial del Trujamán en El retablo de maese Pedro. Archivo Manuel de Falla, Granada.
«Al acostarme, cada noche, nuevas ideas y nuevos proyectos me asaltan, y en cada uno de ellos quisiera renovar mi técnica, rehacer mi sistema de procedimientos, cambiar de faceta para reflejar un color nuevo…», declaraba Falla a Adolfo Salazar en 1921.
El punto de partida de El retablo de maese Pedro fue la carta enviada por la Princesa de Polignac a Falla el 25 de octubre de 1918, con el encargo de la obra. Mes y medio después el compositor le proponía como tema el capítulo XXVI de la segunda parte del Quijote, y más concretamente la representación del teatro ambulante de maese Pedro. Comenzó entonces un largo período de gestación musical, tras el que Falla dio a luz una nueva obra y —más importante aún— un nuevo estilo. Fueron más de cuatro años de proceso compositivo marcados por el silencio casi absoluto del creador en torno a su obra, pero cuya evolución podemos seguir a través de sus borradores y manuscritos.
Más de cuatro años de dudas, arrepentimientos y soluciones valientes, con los que dio un vuelco a su propia manera compositiva, y marcó un camino hasta entonces inexplorado para la música española del siglo XX.
Como ensayos previos pueden considerarse la función de «Títeres de Cachiporra» organizada el 6 de enero de 1923 por Federico García Lorca, Manuel de Falla y Hermenegildo Lanz, y el estreno del Retablo en versión de concierto realizado en Sevilla los días 23 y 24 de marzo de ese mismo año.